Ella y yo (parte I)

Posted by I'm the penguin | Posted in | Posted on Thursday, October 15, 2009

En cuanto abrí los ojos no me percate que ella estaba ahí, únicamente noté que el fulano de ayer se había marchado, aparentemente ya era tarde. Como en cualquier otro día me senté en la cama a esperar que a algo dentro de mí le apeteciera levantarse y hacer algo; a veces solía esperar por horas a que eso pasara. Mientras ella estaba sentada en la esquina de la cama, recta, sin movimiento, estoica en su mirar.

Le di los buenos días y como de costumbre sólo me devolvió una mirada vacía. Por su sentado pareciera que llevaba en ese sitio años, o siglos, o que ella siempre estuvo sentada allí y que la mera existencia de mi cama o de cualquier otra cosa era simple coincidencia. Hacía eso cuando yo traía hombres a la cama, sentarse en una esquina esperando. Por lo general se mantenía a mi lado siempre, tanto que ya ni me daba cuenta.

La verdad es que esta no es una de esas cosas a las que se acostumbra una, y sí, era mucho más raro en un principio, pero por alguna razón nunca se vuelve común que la muerte te siga, aunque sea por años ya. No sabría decir cuando empezó, o porque, simplemente me comenzó a seguir. Por las mañanas se encuentra a mi lado, siempre está a donde voy y a la hora del café no se la ve a más de un metro de mí. Eso sí, jamás habla, o se mueve, es fría e incorpórea, hasta a la vista se puede ver eso en ella; y aún así hay una familiaridad en ella tan única que hizo que no sintiera miedo al tenerla junto.

En un principio creí que era mi hora, y que su aparición era un aviso de buena gana de que prepare mis cosas, pero con los años deseché esa posibilidad, no tendría caso seguirme por tanto tiempo si era solo para levarme. Pero fue hasta una noche cualquiera cuando la sentí más junto, cuando por primera vez sentí que se acercaba a mí y no solo se mantenía a la distancia.

Esa noche, antes de dormir sentía como ella trepaba a la cama, sin mover nada, como si flotara. Luego se acercó a mí, lo sentía, y puso su dentadura junto a mi oreja y comenzó a susurrar algo. No discernía ningún sonido, solo lejanos susurros que gritaban algo, voces de todos colores salían de su boca sin decir nada. Y entonces comenzaban, las voces se convertían en visiones, en olores y gustos. Como si los susurros me llevaran a otra parte, y esa vez aparecí en una raquítica habitación en Paris, podía ver la torre desde la ventana.

No tenía idea de donde estaba, de hecho no estaba yo allí, corpóreamente digo. Pero sentía todo, el frío de la noche, la sinfonía nocturna de una ciudad que nunca dormía y los olores penetrantes de pinturas secas y viejas. Y después de notar todo el entorno fue cuando vi al hombre. Estaba en su escritorio sosteniendo un delgado pincel y tallándolo contra un lienzo a la luz de las velas. No era viejo, pero se le veía acabado y enfermo, fue cuando lo vi toser sangre que supe que hacía allí. Ella apareció junto a mí y me miro, señalo el trabajo del hombre, pinturas sensacionales de un arte decadente, pero ella no me quería mostrar eso. Más bien me mostró su vida, lo que hacía y lo que lo mantenía con vida.

Nunca me había percatado de tanto en una persona, fue como si de pronto ese artista fuera alguien que siempre había conocido, un viejo amigo que dejé de ver desde el funeral de su tío en Viena, aún si nunca en mi vida he ido a Austria. Y fue cuando me sentí más identificada a él cuando ella lo tomó por el hombro. El se volteó y la reconoció de inmediato, se levantó lentamente y antes de dejar el pincel le rogó que lo dejara terminar las últimas pinceladas de su cuadro. Fue así que a la luz de velas consumidas esperamos a que terminada su última obra, y después de garabatear su firma nos fuimos los tres y nunca se nos volvió a ver en ese lugar.

Al despertar en mi cama después de eso no sabía que pensar, no sabía en verdad nada. Ya era algo tétrico y descabellado que un esqueleto inmóvil tapujado por sabanas hechas de arena y siglos me siguiera a todos lados. Pero haber visto la ida de ese hombre era algo que no podía explicar, -quizá había sido solo un sueño- pensé en un principio. Pero no pasó mucho para que esos sueños se repitieran.

Una semana después de eso me aparecí en el viejo departamento de un boxeador de los años cincuentas, ahora era un anciano ebrio y sucio. Algún día había sido un campeón, con la frente en alto y una vida por delante, en sus últimos momentos fue capaz de llorarle a la muerte y retarla a una pelea. Pero como él sabía, y todos en el fondo estamos seguros, esa es una pelea que hemos perdido desde el momento en el que nacimos.

Después nos encontramos en el cuarto de hospital de una anciana, que estaba rodeada de gente cuidándola, abrazándola y queriéndola. En cuanto nos vio sabía a que habíamos llegado, y no titubeó en despedirse del presente vivo y el pasado empolvado; lo único que le costó fue despedirse también del futuro, pero ella entendía, y caminó fuera de ese hospital con la muerte y conmigo.

Esas fueron experiencias únicas y conmovedoras. Había llegado a la conclusión que claramente no eran sueños, que era gente de verdad que había muerto, gente que por alguna razón la muerte me estaba mostrando a mí, gente que nunca había visto, algunos habían muerto hace décadas ya, otros eran gente que moriría en algunos años. Desconocía la razón por la que tenía que verlos, especialmente a ellos. No había algún patrón, llegué a ver la ida de un humilde barrendero y la de un capo de mafia, vi como peleaba por su vida un viejo pescador, y como le agradecía su presencia un adolecente deprimido.



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