Tarde a la cena

Posted by I'm the penguin | Posted in | Posted on Sunday, January 31, 2010

Otto dejó su oz ensangrentada en la rendija del patio y se apresuró al lavadero a meter las manos en agua, allí las tallaba frenéticamente para que la sangre seca y estiércol se le despegaran de los dedos, las comisuras de las manos y entre las uñas. Era de noche y solo se escuchaba los grillos a lo lejos, una que otra vaca o cerdo que no dormía por razones extrañas; en el cielo no se veían más que tenues estrellas, no había luna y todo estaba muy obscuro. Otto no podía ver su reflejo en el agua.

Después de varios minutos de tallar con rastrillo y jabón corriente sus manos Otto escuchó una leve respiración detrás de él, de reojo intento ver pero obviamente no había ninguna sombra, volteó y frente a él estaba una figura pálida de orejas puntiagudas, pómulos muy pronunciados y unas ojeras enormes. La figura era como la de un hombre, pero este flotaba sobre el suelo. Otto se mostró impávido ante la habilidad de un hombre de tal aspecto que flotara, en vez se inmutó al ver la oz sangrienta en manos del ente.

-Victor, ya te he dicho que ni siquiera puedes darle una probadita a la oz, no te puedes controlar- dijo Otto arrebatándole de las manos al flotante orejón la oz que sostenía cerca de su lengua.

-Pero solo una chiquita, te juro que no hago nada, palabra de cartero- dijo Victor aferrándose a la oz que brillaba con sangre seca y pútrida.

-Los carteros no tienen código de honor, además tu sólo repartes el correo con tal de flotar por ahí asustando gente- Otto finalmente le arrebató la paleta rojiza a Víctor y la echó al lavadero. A Víctor no le quedó más que hacer una expresión de gran dolor ante tal perdida, murmurar una que otra cosa contra su neurótico hermano y se dirigió flotando hacia la casa de concreto gris frente a ellos.

-¿Qué otro chiste tendría tener estas orejas, estas ojeras si no es para ser libres y revolotear por allí hermano, tomando ozes sangrientas, asustando viejecillas al ocaso y robando ganado solo para darle unas mordiditas?- dijo Víctor en la entrada de su casa de concreto antes de hacer su salida dramática aclimatada por un portonazo.

Otto farfulló y regresó al lavadero a terminar de limpiar el instrumento para matar vacas. Otto era un carnicero al cual no le agradaban los cuchillos o machetes, optaba por ozes y guadañas, les daba un toque más clásico. Otto era un carnicero que no comía su carne, únicamente en ocasiones cuando nadie lo veía el cerraba la tienda, se metía al almacén y daba unas ligeras lamiditas a la moronga, al desperdicio hemático de puerco y de pilón le clavaba el colmillo a la carne que después se haría picadillo; todo claro sin que nadie, mucho menos sus hermanos lo supieran, sino ¿quién le compraría a un carnicero que no tira la sangre podrida como Dios manda?

Cuando Otto finalmente se dirigió a su casa se molestó al ver todas las velas prendidas –Víctor, con un demonio ¿por qué prendes las velas? Se va a quemar la casa, o peor, nos vamos a encandilar- gritó Otto a su hermano, al cual podía oír del otro lado de la casa gimoteando por contenerse la risa.

-Otto, tu bien sabes que Cano no come a gusto si no hay iluminación decente- dijo Víctor, como si en verdad le preocupara si Cano comiera o no. –Víctor, ¡Cano es ciego! Por más luces que pongas no va a ver- dijo Otto apagando todas las velas que podía, odiaba la luz del fuego.

-Y sólo porque es ciego ¿crees que no siente? ¡Criatura desalmada!- Víctor a penas y podía contener la risa. – Sangre seca de tu sangre seca, es tu mismísimo hermano y lo tratas con la punta de tu bota- recitaba Víctor, como parte de un melodrama ya bien estudiado.

-Hoy no estoy para estos jueguitos, hablando de Cano, ¿dónde está? No es tarde ya para un maestro estar en la calle- se preguntó Otto, con más preocupación por su entendimiento de qué hacían los maestros normales que por su hermano qué aún ciego podía lanzar una bellota a un gato y dejarlo sin ojo, que lejos de ser una metáfora era su pasatiempo.

-Ha de estar pegándole a los niños estúpidos, esas piltrafas no aprenden ni siquiera a azotones, yo no sé porque se esfuerzan en enseñarles de aritmética y ciencia si van a acabar siendo pobres granjeros como sus padres, y los padres de sus padres. La gran tragedia de haber nacido, criaturas ingenuas.- Víctor estaba a punto de empezar otro de sus monólogos sobre la existencia y las desgracias del mundo cuando Otto lo calló. –Creo que hay que ir a buscarlo- dijo el hermano mayor con expresión de quien ve a un muerto cavar su propia tumba.

- Y qué ¿ahora puedes ver el futuro? Si nada le pasó, se ha de haber tropezado con una raíz o algo así- Víctor mustió y se río de solo pensar su idea.

-No cerebro de lechuga, escucha- dijo Otto, rasgando el aire con un dedo, como juntando el sonido en su dirección. Se quedaron en silencio por unos segundo hasta que ambos se vieron a los rostros y salieron disparados hacia la puerta de la casa, se abrió con un portazo y ambos salieron flotando por el pueblo cual nubes de polvo.

–Crees que haya…- Víctor preguntó

-Quizás tenía razón y azotaba a los niños…- mintió Otto, los dos sabían que era lo que iban a ver al aterrizar en la escuela primaria nocturna. Al tocar tierra pareció que los llantos frenéticos se agudizaran y las dos figuras altas y orejonas se irguieron y apresuraron hacia las puertas de la vieja escuela rural.

Corrieron por un pasillo estrecho, Víctor resbaló y cayó al suelo por lo resbaloso del piso, Otto corrió hacia los niños que gritaban y lloraban como desquiciado y con una tenue luz de lámpara vio tres cuerpecillos inertes en el suelo y otros ocho arremolinándose en una esquina. Había otra figura en la obscuridad, era una figura alta y muy vieja, le sobresalían orejas puntiagudas y se alcanzaba a ver su perfil delgado y afilado. La siniestra criatura sujetaba un bocadillo en forma de muñeco grande del cual escurría un espeso fluido que brillaba escarlata. El pequeño aperitivo aún movía débil mente sus deditos.

-¡Cano!- gritó Otto con todas sus fuerzas –Juramos que no comeríamos humanos, lo juramos. Por décadas no hemos probado una gota de sangre con tal de no caer en tentación.- Otto gritaba con ira, frustración y un poco de hambre.

Cano solo giro su ciega cabeza hacia Otto, de no haber sido ciego Cano se hubieran mirado fijamente por unos segundos, pero no era el caso entonces Cano solo mantuvo su cabeza hasta que las ganas pudieron más y regresó a su cena.

-Víctor, ayúdame a detener a Cano, dile que lo hacemos por vivir en paz, por cansancio de huir, haz otro de tus teatros para convencerlo- gritó Otto desesperado en busca de su hermano. Era muy tarde, Víctor estaba en el piso lamiendo la sangre, deslizándose en ella, gozándola y bañándose en su tibio espesor.

-No tu Víctor, por favor…- Otto se lo decía más para sí mismo que para su hermano, que estaba en un trance profundo. Otto y sus hermanos se habían mantenido por muchos años a base de tomates, sandías, granadas o cualquier otra cosa roja, pero no sangre. Una gota era suficiente para desatar nuevamente el demonio que naturalmente eran. Claro, Otto tenía sus escapadas morales en la carnicería, pero nunca compararía carne pútrida de cerdo con el néctar fresco de la vida de un pequeño infante. Otto sabía que no debía hacerlo, no quería hacerlo, eso estaba mal y el estaba harto de seguir huyendo como un monstruo.

Con cada gota de fuerza de voluntad Otto se encaminó hacia la salida, sentía que cada partícula polvosa de su ser lo jalaba hacia el cuarto, especialmente de su pantalón. Otto luchó contra su instinto, lucho contra sus deseos más básicos e instintivos y paso a paso logró alejarse de poco a poco del matadero, pero siguió sintiendo el jaloneo. Se dio un momento para voltear a su pierna y vio a una pequeña niña jalando de su pantalón llorando por ayuda.

A Otto le dio un vuelco el corazón y se arrodillo junto a la indefensa criaturita que lloraba, la abrazó y la levantó. El viejo inmortal se enterneció con la mirada de la pequeña infante, tan dulce e inocente. Y como cuando a un borracho de pueblo le sirven tepache y se lo ponen en la mano Otto no pudo más que ceder, y a los pocos segundo las niña ya no lloró, no lloró nunca más.

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