Suena una guitarrita sin corazón.

Y pensamos que nos habla, que nos está dirigiendo la palabra. Mientras hacemos muecas al recordar ese último momento sin querer se ríe y toca algo más alegre. Para no perdernos, para tenernos al borde de la silla. Y luego regresa a su son desalmado.

Ya nos tiene ahí y lo sabe. Te dice cosas que solo tu podrías saber, como si te hubiera estado siguiendo todo este tiempo, esperando el momento adecuado para introducir una percusión que cale.

A veces cala porque dice la verdad, a veces por decir las mentiras que querías escuchar.
Y al final, querrás cambiar de melodía, pero la verdad es que estás solo, y sólo ella te entiende, sólo ella puede compartir tu dolor y hacerte disfrutarlo.

La maldita logra entrar a una playlist, y de repente estar sola, y tocar, y tocar, y tocar...